El ser humano, en su incansable búsqueda de sentido, siempre ha mirado más allá de las partes fragmentadas para intentar comprender el todo. El holismo, del griego holos que significa “totalidad” o “completo”, es la premisa de que un sistema no puede entenderse simplemente analizando sus componentes de forma aislada. La totalidad no es solo la suma de sus partes, sino un entramado de relaciones e interacciones que confiere al conjunto una cualidad emergente y distinta. Este anhelo por la totalidad no es exclusivo de una cultura o época; es una corriente subterránea que fluye a través de las grandes filosofías universales, desde los pensadores occidentales hasta las místicas orientales. Este artículo explorará cómo distintas tradiciones han abordado este concepto, buscando en la unidad la clave para descifrar el universo, nuestra existencia y la esencia divina.
Baruch Spinoza (1632-1677) representa una de las visiones más radicales y sistemáticas del holismo en la filosofía occidental. En su obra maestra, la Ética, Spinoza postula una única sustancia infinita y autosuficiente, a la cual él identifica con Dios o la Naturaleza (Deus sive Natura). Esta sustancia es la causa de sí misma (causa sui) y es todo lo que existe. Para Spinoza, la mente y la materia no son dos entidades separadas, sino atributos de esta única sustancia. De esta manera, todo lo que existe (cada ser humano, cada estrella, cada pensamiento) es una modificación o modo de esta sustancia divina. Desde una visión holística actual, podría asemejarse a la premisa de que todo es energía en diferentes manifestaciones y en constante cambio.
El holismo de Spinoza es radical porque elimina la dualidad entre lo físico y lo espiritual, entre el creador y lo creado. El universo no es un conjunto de objetos independientes que se relacionan entre sí, sino una manifestación inseparable de una única realidad. Comprender el universo es, por tanto, comprender las leyes internas de esta sustancia. La verdadera libertad y el conocimiento residen en la comprensión de que somos partes necesarias de este todo, y que nuestra aparente individualidad es una ilusión derivada de una perspectiva limitada.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) ofrece otra visión monumental de la totalidad, aunque de naturaleza muy distinta a la de Spinoza. Para Hegel, la realidad es un proceso dinámico y en constante evolución, al que denomina Espíritu Absoluto. Este Espíritu no es una entidad estática, sino una idea o conciencia que se despliega a lo largo de la historia a través de un proceso dialéctico: la tesis (una idea o situación), la antítesis (su contradicción o negación) y la síntesis (la resolución de ambas en un nuevo nivel de comprensión).
El holismo hegeliano reside en la creencia de que la historia, la cultura, la ciencia y la conciencia individual son momentos o etapas de este único proceso. Nada tiene sentido de forma aislada; solo adquiere su significado pleno en relación con el desarrollo total del Espíritu. La meta final de este proceso es el autoconocimiento del Espíritu, cuando finalmente se reconoce a sí mismo en su totalidad. En este sentido, la totalidad no es un punto de partida (como en Spinoza), sino un destino al que la realidad aspira y se dirige. La filosofía, para Hegel, es el intento de capturar este proceso y comprender la totalidad en su despliegue histórico.
Este proceso de descubrir y asir la totalidad es una suerte de iluminación, y su planteamiento de la dialéctica tiene mucho en común con las polaridades del yin y el yang en su dinamismo taoista.
Arthur Schopenhauer (1788-1860) presenta una perspectiva más pesimista pero igualmente holística. Influenciado por el idealismo de Kant y las filosofías orientales, Schopenhauer sostiene que la realidad última no es ni la sustancia de Spinoza ni el espíritu de Hegel, sino una fuerza ciega e irracional que él llama la Voluntad de vivir. Esta Voluntad es una entidad única que subyace a todo lo que existe, manifestándose en todos los fenómenos, desde la fuerza de la gravedad hasta el deseo humano.
El holismo de Schopenhauer es metafísico: todo en el universo, desde una roca hasta el pensamiento más complejo, es una objetivación de esta misma Voluntad. Esto implica que la individualidad es una ilusión (maya), un velo que nos impide ver la verdad de que somos uno con esta fuerza universal. Esta totalidad no es ni un Dios benevolente ni un proceso de autoconocimiento, sino una fuerza incesante y sin un propósito que podemos entender, y que genera un ciclo perpetuo de deseo y sufrimiento muy similar al planteamiento de la rueda del samsara del budismo. La única vía de escape, según Schopenhauer, es la negación de la Voluntad, a través del arte, la compasión y, en última instancia, la renuncia a los deseos individuales.
Hay una clara analogía entre la filosofía de Shopenhauer y las religiones orientales no teístas de las cuales toma lo propio. Las cuatro nobles verdades del budismo, por ejemplo, tienen un planteamiento muy similar con respecto al deseo, el ego y la voluntad vital. Así, pues, el ascetismo como camino hacia la plenitud, no son ajenos a las ideas de Shopenhauer.
Mientras la filosofía occidental luchaba por definir la totalidad en términos de sustancia, espíritu o voluntad, las tradiciones orientales ya habían explorado estos conceptos durante milenios.
La totalidad es un concepto profundo, el cual, nos invita a pensar sobre la esencia del universo y de toda la creación, la idea de totalidad se relaciona estrechamente con lo infinito y con el dinamismo del universo. No es casualidad de que algunas de las mentes más lúcidas, hayan abordado la totalidad. Aún en la poesía y muchas manifestaciones artísticas, la inmensidad y la totalidad se piensan desde la conciencia del artista y del espectador/interprete del arte y se entretejen con lo diminuto y su macrocosmos.
Desde la sustancia única de Spinoza hasta el flujo dialéctico de Hegel, la Voluntad ciega de Schopenhauer y las profundas concepciones orientales de Brahman, el Tao y shunyata, el anhelo de comprender la totalidad ha sido una constante en la historia del pensamiento humano. Cada una de estas visiones, a pesar de sus diferencias, nos invita a trascender nuestra perspectiva limitada y a vernos a nosotros mismos no como entidades aisladas, sino como partes inseparables de un todo mayor. El holismo no es solo una idea filosófica; es un llamado a reconocer la profunda interconexión de todo lo que existe, una invitación a vivir con una conciencia más amplia y elevada con un sentido de unidad con el universo.
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