“La autorrealización significa haberse conectado conscientemente con la fuente del ser. Una vez establecida la conexión, nada puede ir mal”. – Swami Paramananda
¿Alguna vez te has detenido a pensar en el poder que reside en un simple pensamiento enfocado? No me refiero a un deseo pasajero, como querer que no llueva el fin de semana, sino a esa fuerza profunda y decidida cuando te enfocas en algo y pones allí tu pensamiento, energía y emociones. Hablamos de la voluntad y, más sutilmente, del increíble poder de la intención.
En nuestro camino espiritual, a menudo buscamos herramientas externas, rituales o guías que nos muestren el camino. Sin embargo, una de las herramientas más potentes ya reside en tu interior, esperando ser reconocida y utilizada conscientemente. Esa herramienta es tu intención. No es una fuerza bruta que impone su voluntad al universo, sino una danza, una alineación consciente con la energía creativa que fluye a través de todo.
La intención es mucho más que un deseo. Puede ser vista como un firme propósito unido a la decisión de alcanzar un resultado deseado. Por lo tanto, viene acompañada del significado y la valoración que le das a esa meta. Cada acción que realizas, incluso cada palabra que pronuncias, viene precedida por una intención que desplaza energías y genera efectos tanto en tu interior como en tu entorno.
Como todo en el universo es vibración, nuestras intenciones no solo se expresan en acciones, sino también en campos energéticos que irradiamos. En todo lo que hacemos ponemos una intención, y es por eso que es crucial ser conscientes de las intenciones que ponemos en nuestros actos, palabras y, sobre todo, en la energía que proyectamos con nuestros pensamientos y emociones. La intención es tu dirección y enfoque mental hacia la consecución de una meta, las cuales, cuando son espirituales, elevan nuestro estado de conciencia.
Piensa en esto: dos personas pueden realizar exactamente la misma acción, pero con intenciones radicalmente diferentes. Alguien podría ayunar por un motivo religioso, sintiendo una profunda conexión espiritual, mientras que otra persona podría ayunar por la escasez de alimentos, sintiendo miedo o carencia. La acción es la misma, pero la energía, la vibración que emana de cada uno, es completamente distinta. Su estado de plenitud (e incluso de realización) ante ambas situaciones también será muy diferente.
Lo mismo ocurre en el día a día. Un halago sincero y empático en el trabajo genera vibraciones de aprecio y conexión. Un halago cuya intención oculta es manipular para conseguir un ascenso, genera una energía completamente diferente, una que tarde o temprano será percibida.
Aquí es donde reside el verdadero poder: en la calidad y la pureza de tu intención. Autores como Gregg Braden, que tienden un puente entre la ciencia y la espiritualidad, nos recuerdan que no es solo el pensamiento lo que crea, sino la emoción que lo acompaña. Braden habla de la coherencia entre el corazón y el cerebro, sugiriendo que cuando alineamos un pensamiento claro con una emoción elevada (como el amor, la gratitud o la alegría), enviamos una señal electromagnética mucho más potente al campo cuántico. No basta con “querer” algo; se trata de “sentir” que ya es una realidad.
A veces, nuestras intenciones están teñidas por motivaciones inconscientes, miedos o viejas heridas. Por eso, el trabajo de autoconocimiento es fundamental. Al sanar nuestro interior, purificamos nuestras intenciones, permitiendo que emanen desde un lugar de amor y no de carencia.
En nuestro viaje, a menudo comenzamos con intenciones guiadas por el ego: conseguir un mejor trabajo, una pareja, más dinero. Y no hay nada de malo en ello. Sin embargo, el verdadero crecimiento espiritual ocurre cuando empezamos a dejar a un lado estas intenciones más triviales para conectar con nuestras intenciones profundas, con la intención universal.
El autor y maestro espiritual Wayne Dyer describía la intención no como algo que hacemos, sino como una fuerza que existe en todo el universo. Una flor no “intenta” crecer; simplemente encarna la intención de florecer. Dejar a un lado las intenciones del ego para conectar con este flujo universal no es una tarea fácil, pero es el camino hacia la verdadera realización.
Una vez que logramos conectar con la intención universal, la intención se convierte en un proceso de reconocimiento del propio ser, de los deseos profundos que abrigamos y del camino hacia la elevación espiritual. Como decía Aldous Huxley: “El viaje espiritual no consiste en llegar a un nuevo destino en el que una persona obtiene lo que no tenía, o se convierte en lo que no es. Consiste en la disipación de la propia ignorancia sobre el ser y la vida de cada cual, y en el gradual aumento de esa comprensión que inicia el despertar espiritual. Encontrar a Dios es llegar al propio ser”.
Hacer consciente que en tu intención es donde radica su poder. Cuando pones la intención en algo, diriges tu energía y atención en esa dirección, envías un mensaje claro al universo y, como por arte de magia, los caminos comienzan a activarse, recibes señales y los recursos necesarios aparecen.
Aquí te dejo algunos pasos para empezar a usar esta herramienta de forma consciente:
Tu voluntad y tu intención son las herramientas con las que pintas el lienzo de tu vida. No eres una víctima de las circunstancias, sino un poderoso co-creador. Al alinearte con la fuente de todo ser, al purificar tus intenciones y al confiar en el flujo de la vida, te das cuenta de que, en efecto, una vez establecida esa conexión, nada puede ir mal.
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