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¿Has sentido alguna vez esa extraña sensación de que hay algo más, justo detrás del velo de lo que llamamos “realidad”? Como si el mundo, con sus rutinas, sus dramas y sus certezas, fuera en realidad un decorado increíblemente bien hecho para una obra mucho más grande y misteriosa. A veces, en un momento de silencio, en la inmensidad de un cielo estrellado o en la profundidad de una meditación, esa sensación nos roza y nos deja con un escalofrío de asombro y duda.

Si te suena familiar, no estás solo. Has conectado con una de las ideas más profundas y transformadoras de la humanidad, una que, aunque la conocemos por su nombre sánscrito, Maya, ha resonado en los corazones y las mentes de los buscadores espirituales de Occidente durante siglos.

En la filosofía oriental, Maya no significa que el mundo sea “falso” en el sentido de que no existe. ¡Claro que la silla en la que te sientas es sólida y el café que bebes tiene sabor! Maya se refiere a una realidad ilusoria, a un velo tejido por nuestra propia mente, nuestros sentidos y nuestras creencias. Es la tendencia a confundir el mapa con el territorio, a creer que nuestra percepción limitada y filtrada de la realidad es la realidad en su totalidad. Es un sueño cósmico del que el propósito de la espiritualidad es, en esencia, despertar.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nosotros, aquí en Occidente? Mucho más de lo que crees. Aunque no usaron la palabra “Maya”, nuestros propios filósofos y místicos han estado golpeando la puerta de esta misma idea, intentando atisbar lo que hay detrás del telón.

El Eco de Maya en una Cueva Griega: Platón

Imagina que has vivido toda tu vida encadenado en el fondo de una cueva oscura. Detrás de ti, hay un fuego, y entre el fuego y tú, otros mueven objetos que proyectan sombras en la pared que tienes delante. Para ti, esas sombras no son representaciones; son la única realidad que conoces. Les pones nombres, estudias sus movimientos, creas toda una ciencia en torno a ellas.

Un día, te liberas. Te giras y la luz del fuego te ciega. Ves los objetos reales por primera- vez y comprendes el engaño. Luego, con gran esfuerzo, sales de la cueva y la luz del Sol —la verdad absoluta— te abruma, revelándote un mundo cuya existencia ni siquiera podías haber imaginado.

Esta es la famosa Alegoría de la Cueva de Platón. ¿No es una descripción asombrosamente precisa de Maya? Las sombras en la pared son nuestra realidad cotidiana, el mundo percibido por los sentidos. La liberación y la salida de la cueva es el despertar espiritual, el doloroso pero revelador proceso de trascender la ilusión para conectar con una realidad superior, con el mundo del “alma” o la “consciencia”. Platón nos estaba diciendo, hace más de dos mil años, que no confundiéramos las sombras con la verdad.

La Duda que Despierta: Descartes

Avancemos hasta el siglo XVII. René Descartes, el padre de la filosofía moderna, se embarcó en una misión radical: dudar de absolutamente todo. Dudó de sus sentidos (“a veces me engañan”), dudó de su propio cuerpo (podría estar soñando) e incluso dudó de las verdades matemáticas (un “genio maligno” podría estar engañándolo).

En su búsqueda de una certeza inquebrantable, Descartes estaba, en la práctica, desmantelando la realidad de Maya. Estaba reconociendo que todo lo que percibimos como real podría ser una elaborada ilusión. Su famosa conclusión, “Pienso, luego existo”, fue su ancla, su única verdad en medio del mar de la duda. Desde una perspectiva holística, su viaje no fue solo un ejercicio intelectual; fue un acto espiritual. Fue el proceso de despojarse de todas las capas de la realidad percibida para encontrar el núcleo irreductible del Ser: la consciencia que observa.

La Realidad entre Paréntesis: Kant

Un siglo más tarde, Immanuel Kant nos dio otra pieza clave del rompecabezas. Él distinguió entre el “fenómeno” (el mundo tal como lo experimentamos a través de nuestros sentidos y las estructuras de nuestra mente) y el “noúmeno” (la “cosa en sí”, la realidad pura, inaccesible directamente para nosotros).

En otras palabras, Kant postuló que nunca experimentamos la realidad directamente. Siempre la experimentamos a través de los filtros de nuestra mente (tiempo, espacio, causalidad). Es como si todos naciéramos con unas gafas de color puestas; podemos describir el mundo teñido de ese color, pero nunca podremos saber cómo es el mundo sin las gafas. Ese “mundo teñido” es el fenómeno, es Maya. La espiritualidad es el intento de sentir, aunque no podamos verlo directamente, lo que hay más allá de esas gafas: el noúmeno, la Fuente, el Ser.

La Física Cuántica Toca la Puerta del Misterio

Y aquí es donde la historia se pone aún más interesante. En el último siglo, la ciencia, especialmente la física cuántica, ha comenzado a sonar sospechosamente mística. Nos dice que las partículas subatómicas no existen como “cosas” sólidas hasta que las observamos. Son nubes de probabilidad. Nos dice que el observador afecta lo observado. Nos dice que la realidad a su nivel más fundamental no es sólida y predecible, sino un campo vibrante de potencialidad.

La ciencia moderna está, de hecho, desmantelando la idea de un mundo material objetivo e independiente de la consciencia. Nos está mostrando, en el lenguaje de las matemáticas, que el “decorado” de la realidad es mucho más fluido, interactivo y misterioso de lo que pensábamos. La solidez del mundo es, en sí misma, una ilusión de nuestra percepción a gran escala.

Entonces, ¿para qué sirve este “sueño”?

Desde una perspectiva holística y espiritual, la idea de Maya no es un concepto deprimente que nos dice que nada es real. Todo lo contrario: es increíblemente liberador.

Si reconocemos que gran parte de nuestro sufrimiento —nuestros miedos, nuestras ansiedades, nuestras limitaciones autoimpuestas— pertenece al reino de las “sombras en la pared”, entonces podemos empezar a liberarnos de su tiranía. Podemos dejar de identificarnos tan ferozmente con nuestro ego, con nuestra historia personal, con nuestros problemas, y empezar a identificarnos con la consciencia que observa el sueño.

Prácticas como la meditación, el mindfulness o el yoga no son para “escapar” de la realidad. Son entrenamientos para ver a través de la ilusión. Son momentos en los que aquietamos la mente, la tejedora de Maya, para poder sentir la paz y la plenitud de lo que realmente somos: la consciencia eterna que está soñando esta experiencia humana.

Este septiembre de 2025, con sus potentes portales de cierre de ciclos y despertar, es una invitación cósmica a cuestionar nuestra propia cueva. Es un momento para preguntarnos: ¿A qué sombras me estoy aferrando como si fueran la única verdad? ¿Qué pasaría si me atreviera a darme la vuelta y mirar hacia la luz?

La idea de Maya no nos pide que rechacemos el mundo, sino que lo amemos y participemos en él de una manera nueva: como un artista que admira su propia creación, como un soñador que se da cuenta de que está soñando y empieza a volar. La idea de maya nos invita a la evolución espiritual.

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