“La neurociencia es, por mucho, la rama más excitante de la ciencia, porque el cerebro es el objeto más fascinante del universo. Cada cerebro humano es diferente, el cerebro hace a cada ser humano único y define quien es”.
Stanley B. Prusiner (premio nobel de Medicina,1997)
Las emociones y pensamientos son energía, producidas en nuestro microcosmos interior, vibrando a una frecuencia determinada, estableciendo conexiones entre nuestro cerebro y el todo Universal, en ese entramado reside la naturaleza holística que determina las relaciones entre el microcosmos y el macrocosmos. Por tanto, el universo, se estructura a través de relaciones de interacción permanente de las cuales somos parte.
Así pues, todo lo que percibimos como materia, es energía estructurada en átomos en movimiento constante, lo que le permite a esta materia manifestarse en diferentes estados y estructuras. Bajo este orden de ideas, estamos hechos de energía que se expande hacia dimensiones espirituales y materiales ilimitadas.
Conectados con el cosmos
La filosofía holística, nos proporciona buena parte de las herramientas que nos posibilita profundizar en la comprensión de estos hilos invisibles que nos vinculan estrechamente con el todo universal o el campo cuántico de las infinitas posibilidades. De esta manera, las terapias holísticas son un punto de partida hacia el autoconocimiento y la autoconciencia. A través de su práctica en el tiempo, advertimos la relación de nuestro microcosmos con el macrocosmos, y, nos hacemos realmente conscientes del papel que nos corresponde en ese estrecho y permanente intercambio de energía del universo.
Siendo así, el cerebro y el cosmos funcionan como un todo holístico, queda en nuestras manos, pues, adentrarnos en la filosofía holística para alcanzar esta comprensión.
El humanismo científico
Así también, la ciencia cada día avanza hacia nuevas aperturas, inspirados en la corriente del humanismo científico, incorporando disciplinas de investigación sobre la cosmovisión apegadas a las nuevas teorías que se desprenden de la física cuántica y la neurociencia. Todo esto, motivado por la búsqueda del bienestar humano y su relación armoniosa con la naturaleza y el universo.
Ahora bien, han sido muchas las interrogantes que han acompañado a la humanidad desde el principio de los tiempos: ¿Qué es la energía, su estructura y alcance?, ¿Cuál es la relación entre la arquitectura del cosmos y su similitud con la estructura del cerebro?, entre otras preguntas.
Es por ello, que rastreando los primeros estudios y enunciados sobre la noción cuántica, podemos darnos cuenta que estos se remontan a antiguas civilizaciones como la egipcia y la griega.
Ya, para el nacimiento del siglo XX (concretamente el año 1900), el físico alemán Max Karl Planck (1858-1947), funda la teoría cuántica. De esta manera, queda oficialmente aceptada por la comunidad científica la ciencia cuántica, así como sus leyes que rigen el funcionamiento de los átomos presentes en todo lo que conforma el ilimitado universo y la relación holística entre todos los componentes del universo; esto incluye nuestro cerebro.
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Somos polvo de estrellas, al principio todo era polvo estelar
“Somos polvo de estrellas”, esta frase fue popularizada por el astrónomo y astrofísico Carl Sagan, y se le atribuye al astrónomo estadounidense Harlow Shapley (1885-1972) cuando en 1929 dijo: “nosotros, los seres orgánicos, que nos llamamos humanos, estamos hechos de la misma materia que las estrellas”, nos remonta hasta la primera chispa que dio origen a la vida.
Por tanto, este complejo y extraordinario “todo cósmico” debe su comienzo al momento en que nacieron las primeras estrellas compuestas por helio e hidrógeno (materia y energía) las cuales, esparcieron su agitación cósmica por el universo.
Luego, fusionadas y convertidas en supernovas, surgieron la otra serie de átomos pesados (entre ellos el carbono y el oxígeno). Así, con la explosión de los átomos de hidrógeno y en magnífica fusión de elementos, se dio inicio a la materia necesaria para el nacimiento de las diferentes formas de vida y los planetas.
Por tanto, “somos polvo de estrellas”. El cosmos está inscrito en la génesis de la vida en la Tierra, la física solo nos recuerda que somos parte del todo.
Los hilos invisibles que nos conectan al cosmos
En conclusión, existe una corriente que va en doble sentido entre todo lo que conforma el universo, un entretejido cuántico que se manifiesta, un río que corre y se ramifica en diferentes direcciones. Es así como los átomos que estructuran nuestro cerebro, están presentes de igual manera en un pez, una planta, una abeja o una estrella. Todos somos parte de lo mismo: del todo cósmico, de allí la importancia del equilibrio de los sistemas ecológicos, pues de ellos dependemos.
Puede que desarrollar nuestros niveles de conocimiento y espiritualidad de cara a nuestra relación con el cosmos, nos aproxime a la absoluta felicidad que produce la verdad de sabernos dotados -como el resto de las formas de vida- de la conciencia universal, de ser parte de este infinito macrocosmos. Somos parte de las criaturas que nos acompañan en el tránsito por la vida.
Seguramente el estudio de la las Teorías cuánticas y sus implicaciones en nuestra existencia sea el motivo que nos empuje a empatizar con todas los modos de existencia sobre la tierra. Formas de vida cuya consciencia y maneras de sentir son distintos al nuestro, pero que comparten su esencia divina con nosotros.
“Solo somos una raza de monos avanzados en un planeta más pequeño que una estrella promedio. Pero podemos entender el universo. Eso nos hace muy especiales.”
Stephen Hawking.
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