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Buscar la felicidad parece ser uno de los imperativos más comunes que escuchamos repetir una y otra vez. La felicidad parece ser la brújula que orienta las acciones cuando se dice, “haz lo que te genere más felicidad”. Sin embargo, pocas veces se define la felicidad, o nos detenemos a reflexionar sobre ella.

La felicidad, como noción, esconde un trasfondo filosófico y espiritual importante ¿Qué es la felicidad? ¿Qué necesitamos para alcanzarla? Cualquiera que sea la noción de felicidad, esta parece involucrar un estado ideal del ser. No obstante, existen diferencias importantes entre las nociones de felicidad que se manejan dentro de las creencias individuales, las cuales, pueden ser relevantes para nuestro desarrollo personal y nuestro crecimiento espiritual.

La felicidad desde distintas perspectivas

La noción de felicidad que solemos manejar en la actualidad, es más bien hedonista y se vincula mucho a la capacidad de saciar las expectativas culturales de consumo, comporta cierto grado de comparación con los demás y se asocia a un estado permanente de búsqueda de un modo de vida ideal, más que a un estado interior del Ser. Así, pues, bajo esta visión, la felicidad es un estado al que se llega de manera natural al adquirir ciertas cosas, o bien, al vivir ciertas experiencias y no algo que se deba comprender como propósito interior. Es una noción de felicidad que, en cierta forma, atañe a formas de apego y anhelos, y, en muchos casos, suele parecer vinculada al azar; es decir, se piensa que se es feliz o no, por circunstancias ajenas a la propia voluntad. O, por el contrario, se siente culpa por no haber alcanzado la felicidad. Otra idea muy común sobre la felicidad, es que esta se encuentra en algún lugar del tiempo distinto al ahora -lugar que puede referirse al pasado o alguna visión o anhelo sobre el futuro. Desde esta perspectiva, estamos esperando a que se produzcan una cantidad de eventos o situaciones para ser felices, lo cual, implica que en el momento presente no lo somos o no podemos serlo.

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A diferencia de nuestra visión occidental, antes que la exaltación o el júbilo hedonista, la felicidad es vista por muchas tradiciones y escuelas de pensamiento como un proceso más vinculado a un estado interior que se alcanza. Un estado de consciencia que ocurre más allá de las circunstancias externas y contingencias favorables. A este respecto, la felicidad no es algo que llega desde fuera y de allí afecta nuestra interioridad, antes bien, se aprende a ser feliz y, por consiguiente, la noción de felicidad está muy vinculada a la sabiduría y el desarrollo espiritual. Desde esta perspectiva, se es feliz a pesar de las circunstancias y no debido a las circunstancias, pues se asume que las contingencias -y aún procesos como el ciclo de la vida-, forman parte de la existencia. De modo que la felicidad también involucra la reflexión, comprensión y aceptación sobre aquello que podría causar infelicidad, desde el entendimiento de que aquello que nos sucede son aprendizajes y experiencias necesarias para nuestra evolución y desarrollo personal. Las cuatro nobles verdades de Buda, quizás sean uno de los ejemplos más elocuentes de este enfoque sobre la felicidad.

La felicidad, desde este enfoque filosófico, se vincula a un estado de bienestar, paz y plenitud interior. Esta noción, no obstante, no es totalmente ajena a occidente. Dicha noción se encuentra en el pensamiento de la antigüedad clásica y es muy común en el estoicismo. Bajo este orden de ideas, en el pensamiento griego –dentro de su reflexión espiritual y filosófica-, se tenía la noción de felicidad como ataraxia; un estado de serenidad y plenitud lejos de las emociones y pensamientos negativos o apegos que puedan perturbar el alma.

Refiriéndonos a diferentes maestros de sabiduría de la humanidad, como el maestro Jesús, es importante recordar, que nos han enseñado que todos venimos a un propósito interno común, aprender a ser felices por nosotros mismos. Desde esta perspectiva, es importante entender que una persona que no es capaz de ser feliz por sí misma, siempre es una persona que tiene ideales o expectativas, porque piensa que hay otras personas, otras circunstancias, otros lugares, con los cuales podría ser feliz.

No hay nadie que te pueda hacer feliz a menos que lo seas por ti mismo. Cuando no somos capaces de ser felices por nosotros mismos, suponemos que los demás nos deben hacer felices y, por tanto, nos llenamos de expectativas que no se cumplen, puesto que la felicidad no la encontramos afuera sino dentro.

No hay ninguna situación que te pueda hacer feliz a menos que la valores.
No hay ningún lugar que te pueda hacer feliz a menos que te adaptes a él.

Aprender a ser felices

La felicidad, tal como se ha dicho, es un proceso de aprendizaje vinculado a la adquisición de sabiduría para vivir armonizando nuestra dimensión espiritual, energética, mental y material (orgánica). Involucra prácticas contemplativas que generan estados de calma y control de las emociones y de los pensamientos, y que pasa por las relaciones armoniosas con los demás y con nuestro entorno natural.

La felicidad atañe, pues, -como parte de este proceso de aprendizaje-, a la incorporación de hábitos. Pasar el menor tiempo posible bajo estados y emociones negativas y el mayor tiempo posible con pensamientos y emociones de elevada vibración energética.

En conclusión, se puede aprender a ser feliz viviendo en el aquí y el ahora, concentrando las energías en la experiencia presente como único lugar en donde transcurre nuestra existencia. Además de la reflexión sobre la felicidad, existen prácticas y hábitos que podemos incorporar y que forman parte del proceso de aprendizaje de la felicidad. Nuestros pensamientos construyen nuestra realidad interior, y se ven reflejados en nuestra realidad exterior. Por consiguiente, las prácticas espirituales que nos permiten observar y controlar la calidad de nuestros pensamientos son una herramienta indispensable para alcanzar estados de plenitud.

Podemos decir que la felicidad es un estado de dicha profunda, fruto de cultivar una virtud interna en la que existe una comprensión total, aceptando la realidad de la vida como un orden perfecto, y, por lo tanto, no hay sufrimiento. Es un estado mental de equilibrio, desde donde somos capaces de valorar, aprovechar y disfrutar de todo lo que tenemos y sucede en nuestras vidas.

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